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Si
se necesitara ampliar el metro para mejorar el transporte en el centro
histórico de la ciudad, y al excavar se descubren restos precolombinos, ¿cuál
debe ser la elección: el progreso o la memoria?
Identidad,
tradición, historia, monumentos, son términos con los que se acostumbra asociar
el patrimonio, delimitando un territorio, en el cual “tiene sentido” su uso.
Turismo,
desarrollo urbano, mercantilización, comunicación masiva, son términos
mencionados casi siempre como adversarios del patrimonio.
En
México, como en otros países, la legislación, las declaraciones de organismos
nacionales e internacionales, y sobre todo los debates recientes, muestran un triple movimiento de redefinición y reconcentración de
los discursos referidos al patrimonio cultural:
a.
Se afirma que el patrimonio no incluye
sólo la herencia de cada pueblo, las expresiones "muertas" de su
cultura -sitios arqueológicos, arquitectura colonial, objetos antiguos en
desuso-, sino también los bienes actuales, visibles e invisibles –nuevas
artesanías, lenguas, conocimientos, tradiciones-.
b.
También se ha extendido la política
patrimonial de la conservación y administración de lo producido en el pasado, a
los usos sociales que relacionan esos bienes con las necesidades contemporáneas
de las mayorías.
c.
Por último, frente a una selección que
privilegiaba los bienes culturales producidos por las clases hegemónicas
-pirámides, palacios,
objetos legados a la nobleza o la aristocracia-, se
reconoce que el patrimonio de una nación también está compuesto por los
productos de la cultura popular: música indígena, escritos de campesinos y
obreros, sistemas de autoconstrucción y preservación de los bienes materiales y
simbólicos elaborados por grupos subalternos.[1]
La
variada capacidad de relacionarse con el patrimonio se origina, en la desigual
participación de los grupos sociales en su formación. Aún en los países en que
la legislación y los discursos oficiales adoptan los principios que confieren legitimidad a todas las formas
de organizar y simbolizar la vida social, existe una jerarquía de los capitales
culturales: vale más el arte que las artesanías, la medicina científica que la
popular, la cultura escrita que la oral.
Si
bien el patrimonio sirve para unificar a una nación, las desigualdades en su
formación y apropiación exigen estudiarlo también como espacio de lucha
material y simbólica entre las clases, las etnias y los grupos. El patrimonio
como espacio de disputa económica, política y simbólica, está atravesado por la acción de tres tipos de agentes: el
sector privado, el Estado y los movimientos sociales.
La
acción privada respecto del patrimonio está regido, por las necesidades de
acumulación económica y reproducción de la fuerza de trabajo. Por ejemplo:
Algunas empresas turísticas conservan el sentido escenográfico de edificios
históricos, aunque introducen cambios arquitectónicos y funcionales con fines
lucrativos, como el convento convertido en Hotel Presidente de Oaxaca, donde
las celdas fueron transformadas en suites,
se colocó una piscina en uno de los patios y la capilla fue adaptada como sede
de convenciones y fiestas.[2]
El
Estado, durante el México posrevolucionario (sobre todo en el cardenismo) con
la política cultural buscó combinar la cultura de élites y la popular en un
sistema, y trató de usarlo (junto con la castellanización de los indígenas, la
reforma agraria y el desarrollo del mercado interno) para superar las
divisiones del país. El indigenismo, extrajo del pasado de las principales
etnias algunas bases del nacionalismo político.
El
Estado ha su vez a rehabilitado sitios arqueológicos y centros históricos,
creado museos y publicaciones dedicados a guardar la memoria, y el uso de estos
recursos para conformar una identidad compartida; al promover el patrimonio ha
tendido a convertir esas realidades locales en abstracciones
político-culturales, en símbolos de una identidad nacional en el que se diluyen
las particularidades y los conflictos, al mismo tiempo que sirve de recurso
para legitimarse y obtener consenso.
Por
otra parte, la expansión demográfica, la urbanización incontrolada y la
depredación ecológica suscitan movimientos sociales preocupados por rescatar
barrios y edificios, o por mantener habitable el espacio urbano. Sin embargo
esta preocupación no es compartida masivamente y sólo algunas capas medias y
populares, especialmente las afectadas por el agravamiento de la situación, van
profundizando su conciencia colectiva.
Nuevos
movimientos, desde los populares urbanos hasta los ecologistas, empiezan a
cambiar lentamente la agenda pública y ensanchan el debate sobre el patrimonio.
a.
La cuestión del patrimonio ambiental
natural y urbano no se ve como responsabilidad exclusiva del gobierno.
b.
Se comprende que si no hay movilización
social por el patrimonio, es difícil que el gobierno lo vincule con las
necesidades actuales y cotidianas de la población.
c.
El efectivo rescate del patrimonio incluye
su apropiación colectiva y democrática, o sea: crear condiciones materiales y
simbólicas para que todas las clases puedan compartirlo y encontrarlo
significativo.[3]
Predomina
la voluntad de difundir y promover el patrimonio popular, o el acceso a la
cultura en general por parte de las clases subalternas. Esta política
promocional viene generando valiosas experiencias educativas y participativas
museos comunitarios y escolares, programas de divulgación cultural, pero rara
vez basa su acción difusora en investigaciones sobre lo que piensan y hacen
quienes la reciben.
a.
La preservación de los bienes culturales
nunca puede ser más importante que la de las personas que los necesitan para
vivir: al recuperar un centro histórico, la revalorización de los monumentos no
debe pesar más que las necesidades habitacionales y simbólicas de sus
habitantes, ni la política artesanal puede anteponer la defensa de los objetos
a la de los artesanos.
b.
Las soluciones deben buscar un
equilibrio orgánico entre las tradiciones que dan identidad a un barrio, a los
productores de artesanías y los cambios requeridos por la modernización.
c.
Las políticas y las decisiones sobre estos
problemas deben tomarse en instancias y con procedimientos que hagan posible la
participación democrática de los productores y los usuarios: ¿por qué casi
siempre que se rehabilitan los centros históricos sólo intervienen los
funcionarios y los arquitectos, pero no los que habitan el barrio?, ¿por qué
los artesanos nunca forman parte de los jurados en los concursos donde se
premian artesanías, ni les pedimos que opinen sobre los folletos turísticos que
dicen cómo interpretarlas? Las experiencias de coparticipación de especialistas
y usuarios desarrolladas en las tareas de reconstrucción posteriores al sismo,
así como las asociaciones de consumidores y de defensa del patrimonio natural,
muestran que estas utopías comienzan a ser realizables. [4]
Como
colectivo buscamos un patrimonio reformulado que considere sus usos sociales,
no desde un simple rescate del mismo, sino con una visión más compleja de cómo
la sociedad se apropia de su historia, involucrando a nuevos sectores. Este es
un tema que inquieta tanto a funcionarios y profesionales ocupados en construir
el presente, como, a los indígenas, campesinos, migrantes y a todos los
sectores cuya identidad suele ser trastocada por los usos hegemónicos de la
cultura. En la medida en que el estudio y promoción del patrimonio asuma los
conflictos que lo acompañan, puede contribuir a la consolidación de la nación,
pero ya no como algo abstracto, sino como lo que une y cohesiona en un proyecto
histórico solidario a los grupos sociales preocupados por la forma de habitar
su espacio y mejorar su calidad de vida.
Bibliografía:
García
Canclini, Néstor. “Los usos sociales del Patrimonio Cultural”. En Aguilar
Criado, Encarnación (1999). Patrimonio Etnológico. Nuevas perspectivas de
estudio. Consejería de Cultura. Junta de Andalucía. Pp. 16-33.
García
Canclini, Néstor. “Las Culturas Populares en el Capitalismo”. Nueva Imagen,
México, 1982.
[1]
García Canclini, Néstor. “Los usos sociales del Patrimonio Cultural”. En
Aguilar Criado, Encarnación (1999). Patrimonio
Etnológico. Nuevas perspectivas de estudio. Consejería de Cultura. Junta de
Andalucía. Pág:16
[2]
Rodríguez Morales, Leopoldo y Paz Arellano, Pedro. “La protección y
conservación del patrimonio cultural de Oaxaca”.
[3] García
Canclini, Néstor. “Los usos sociales del Patrimonio Cultural”. En Aguilar
Criado, Encarnación (1999). Patrimonio Etnológico. Nuevas perspectivas de
estudio. Consejería de Cultura. Junta de Andalucía. Pág:22
[4]
Ibídem, Pág:23
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