La adecuación del arte al mercado.


J. Vasquez.
«El arte, que es la parte más compleja de la cultura, la más sensible y a la vez la menos protegida, sufre por el declive y la decadencia de la sociedad burguesa» (Trotsky, Arte y política en nuestra época, 1938)

Poseer arte sigue siendo más que nada una muestra de status, una presunción de poder. La concepción actual de la mayoría de los creadores sobre la creación artística se encuentra profundamente tergiversada y alienada por la clase dominante, la cual priva al hombre de sus cualidades humanas y lo transforma en un reflejo del propio capitalismo, fundamentalmente antagónico con los intereses de la humanidad y por consiguiente con los ideales humanistas del arte, el capitalismo como sistema económico dominante ha logrado ponerle precio a todo, independientemente de su naturaleza, se injertó en el mundo del arte y con sus reglas se transformaron las formas de producción y distribución. 


La situación es preocupante, pues estamos siendo educados para pertenecer al mercado impuesto del arte, someternos a un  mercado folclorizante y estereotipado que implica día a día una competencia más voraz e inequitativa. Debemos comprender que la vitalidad de este oficio, el arte, no se basa en su trato con el mercado y las élites existentes, sino en su carácter antagónico a éstos; el interior de una verdadera obra discurre alejado del dominio y del trabajo alienado, y su poder consiste en la capacidad de su fuerza creadora y transformadora de la sociedad, que no sólo se conforma con la contemplación de la misma, sino con la recóndita reflexión con ella.

El arte que se vende, el que está inmerso en el juego del mercado, es explícitamente el arte privado. A lo largo de la historia, los consumidores de arte privado han sido siempre los sectores más poderosos de las sociedades, desde un poco antes del renacimiento, sólo algunas familias europeas (las que poseían grandes fortunas) fueron retratadas por pintores y escultores, entonces se crearon grandes colecciones que se mantenían como propiedad privilegiada de la familia, fue hasta principios del siglo XIX, cuando el auge de la burguesía y la preponderancia del capitalismo permitieron el surgimiento del mercado del arte, el afán de ciertos sectores propietarios de enormes fortunas personales por dominarlo todo los inclinó a adoptar costumbres de sus predecesores, entre ellas el gusto por el arte. El nacimiento del mercado del arte no es más que una consecuencia obvia del capitalismo, pues más que una decadencia en ella, parece que fue un cambio en el modo de producción de las ideas, pero lo que ocurrió, fue que se integró, rotundamente, al modo de fetichismo mercantil.
los consumidores de arte privado han sido siempre los sectores más poderosos de las sociedades

Ahora, parece que las relaciones autor con distribuidor o distribuidor con comprador se fundamenten en elementos de carácter estrictamente político, pues sólo algunas obras alcanzan un precio por relaciones de compadrazgo entre galeristas, curadores y autores, dejando a un lado el contenido estético y reflexivo que muchas otras contienen. La estética tradicional se ha transformado en una estética capitalista, carente de relaciones entre idea, fondo y originalidad, que sólo se basa en conceptos banales como el producto, capacidad de decoración y discurso.

Desafortunadamente, la lógica capitalista se encuentra en todos los momentos de la creación artística, desde nuestra educación como autores hasta el momento en que finalmente la obra es vendida y reside muchas veces en manos del resto de la sociedad. Somos estudiantes luchando por mantener este oficio artístico frente a la hostilidad capitalista del mercado, debemos apostar por no subordinarnos a la institucionalización, lo que nos llevaría a sucumbir en el mercado y sólo privilegiar los valores intrínsecos del sistema.

La capacidad de la creación es grande, por eso el desafío es profundo para aquellos que realmente quieren trascender fronteras en el arte. 

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