Ni una menos

27 de febrero del 2016

Cada tres horas y veinticinco minutos, una mujer muere destazada, asfixiada, violada, pateada, quemada, mutilada, apuñalada, envenenada, con los huesos rotos, o balaceada. En las últimas tres décadas más de 40 mil mujeres han sido asesinadas con violencia extrema en nuestro país. Y lo más grave es que el fenómeno crece día con día, entre la indiferencia y la impunidad.
Los feminicidios siguen al alza en sus formas más crueles y dolorosas. Ocho entidades, encabezadas por el estado de México, concentran 61 por ciento de los homicidios de mujeres por causa de género.

En el interior de este grupo: estado de México, Chihuahua, Distrito Federal, Guerrero, Baja California, Jalisco, Michoacán y Veracruz, varios de sus municipios tienen el mayor número de casos, es decir, zonas que están significativamente por arriba del promedio nacional.
¿Cuánto odio hay de por medio en el asesinato de una mujer en México? Todo. ¿Cuánta indiferencia de la sociedad ante el crimen de una mujer sólo porque es mujer? Toda. ¿Cuánta impunidad propiciada por la ausencia de autoridades y leyes protectoras de la mujer? Absolutamente toda.
No solo con la creación de nuevas “leyes” creadas por el sistema capitalista patriarcal se terminara con la violencia ejercida hacia la mujer. Hace falta un moviente obrero y campesino feminista. Las mujeres son las que más sufren las consecuencias de los planes de hambre que imponen los organismos multilaterales y el capitalismo a través, incluso, de sus mejores especialistas en “género y desarrollo”.

“Una revolución no es digna de llamarse tal si con todo el poder y todos los medios de que dispone no es capaz de ayudar a la mujer –doble o triplemente esclavizada, como lo fue en el pasado– a salir a flote y avanzar por el camino del progreso social e individual”.
León Trotsky

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