Reflexiones dialécticas

Ecce.Oso


Me encuentro ante la difícil tarea de escribir sobre ciencia y dialéctica, y siendo yo uno de aquellos que dan valor al contexto, veo necesario comentar que son poco menos de dos años los que he dedicado al estudio autodidacta de la realidad en que existimos, cosa que me coloca en seria desventaja ante aquellos que han dedicado su vida a la ciencia o a la filosofía. Tras el derrumbe de mi antigua concepción del mundo, que más que concepción era inercia mental, la curiosidad por todo aquello que a uno le enseñan en primaria, llegó a mí de golpe. 

Es probable que el lector comience a sospechar de este texto, tan exhibicionista y pretencioso, pero es que me es imposible separar mi ser de toda conclusión a la que llego. Recomiendo indulgencia, me declaro ignorante.

Poco menos de dos años es un tiempo muy corto para encontrar y explicarse lo que por tantos miles de años hemos ido descubriendo por mera curiosidad de homo sapiens, y mi estudio imperfecto e informal, lleno de empirismo y subjetividad, recién comienza a sintetizarse en una visión personal de la realidad. Reitero, no soy científico o filósofo, ni pretendo serlo, pero creo que todo ser humano tiene la oportunidad, acaso la obligación –casi nunca los medios-, de explicarse el mundo por sí mismo, a través del estudio de lo real y más allá de únicamente adoptar las conclusiones de otros, generar las propias para someterlas a continua revisión, en un incesante proceso de comprensión genuina.

El materialismo es una corriente filosófica que antepone la materia al pensamiento y la conciencia. Es así que nuestro universo es material y existe objetivamente, independientemente de nuestra capacidad de razonamiento; el planteamiento zen de Lisa en aquel capítulo de los Simpson en que Bart acude a ella para mejorar su técnica en el golf, resulta falaz para el materialismo, pues cuestiona la realidad del árbol que cae, simplemente por no haber quien lo escuche.


Concuerdo con dicha forma de comprender la realidad. El descubrimiento de la astrofísica y de la física de partículas significó para mí, el principio del cuestionamiento constante acerca de lo que es verdadero. Así comencé a hacerme consciente de mi infinita ignorancia y del verdadero papel que la humanidad juega en términos más que cósmicos, reales, siendo parte de un universo en acelerada (¡acelerada!) expansión, cuya extensión es tan inconcebible como la cantidad de partículas de las que estamos hechos.

Es imposible comenzar a lidiar con semejantes temas sin tambalearse ante lo anteriormente ignorado. Comprender la realidad del ser propio como resultado de la interconexión del espacio y el tiempo en incansable convivencia, implica entender que el que esté yo escribiendo en esta computadora es consecuencia de cuando menos 13.8 billones de años de evolución constante. Las ciencias comenzaron a ofrecerme, parcialmente, la belleza en la complejidad de la realidad. Todo el conocimiento que el hombre ha extraído de la experiencia es sobrecogedor e inspira ansiedad, pero sobre todo, una maravilla difícil de comunicar.

Los primeros textos marxistas que leí son de la autoría de Engels. Me encontré, buscando entre los libros olvidados de mi casa, con un muy delgado librillo color azul, cuyas páginas amarillentas contenían dos breves textos: El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre y la Introducción a la dialéctica de la naturaleza. Los leí sin mayor problema y me entusiasmó descubrir que dicho autor (de quien sólo tenía una idea muy vaga) era tan entusiasta de la ciencia como yo. Sin embargo, en dicho momento no pude evitar sentir cierto recelo ante la orientación del pensamiento científico que Engels plasmaba: concebí su texto como uno resultante de cierta demagogia científica. Aquella noche compartí un extracto en Facebook, haciendo alusión al rico contenido de datos que hablaban del interés tan pronunciado de Engels en dichos temas, pues para seguirlos tan apegadamente en tales épocas tan lejanas del internet, debió poseer una curiosidad poderosa.

Tanto Marx como Engels, padres del marxismo y de su método, fueron conscientes de la importancia de la ciencia, pues el conocimiento real y comprobable de la materia permitía separar todo lo que es, de lo que no es, todo lo verdadero de lo falso, desmitificando al idealismo al ofrecer hechos contundentes del mundo físico, y no meras conceptualizaciones.

El lector más minucioso habrá levantado ya la ceja. ¿Cómo puedo enunciar en el mismo párrafo al materialismo dialéctico y a la frase “separar lo que es de lo que no es”? Pregunta válida que me ha quitado la tranquilidad desde que comencé a acercarme más al marxismo.

El método marxista, sobre el que descansa toda su concepción de la realidad, no es el simple materialismo, sino el materialismo dialéctico. La dialéctica nace en la antigua Grecia como un método filosófico que hacía uso de la contraposición de argumentos para generar un conocimiento más completo, adjetivo que considero más adecuado que “mejor” o “bueno” para evitar caer en juicios morales. Siglos después, este concepto es retomado por Kant y después por Hegel, quien lleva la dialéctica a un plano superior al postularla como propiedad y motor inherente de la realidad idealista.


Debo mencionar que el método de razonamiento me parece de gran valor y lo empleo prácticamente en todo momento, pues el conocimiento científico sin duda se apoya de un sistema de oposiciones para enriquecer, validar o invalidar. Para escribir este texto, por ejemplo, he procurado leer escritos que defienden la concepción dialéctica y critican la posición positiva y a la inversa, textos que defienden el método positivo y que critican la dialéctica, para así, alcanzar mis propias conclusiones y evitar caer en el dogmatismo de la mera apropiación de ideas. Esta tarea no es sencilla para quien ha comenzado a leer ciencia y filosofía hasta hace poco, pero pretendo, al terminar este escrito, haber ordenado mejor mis ideas sobre el tema.

El materialismo dialéctico reposa sobre tres principales leyes que enumero y describo a continuación:

1. Ley de la unidad y lucha de contrarios.

2. Ley de transición de la cantidad a la cualidad. 

3. Ley de negación de la negación.

La primera ley enuncia que para que el movimiento sea posible, necesita de la interacción entre contrarios, que con su “lucha” –proceso, desarrollo- se complementen. Este tipo de conflictos pueden encontrarse en diferentes niveles, pudiendo ser contradicciones –lógico-, opuestos –realidad- o antagonismos –social-. Una de las observaciones del mundo real que buscan dar sustento a esta ley es, por ejemplo, una estrella como el sol, cuya existencia y desarrollo depende de dos cualidades aparentemente contrapuestas, la fuerza gravitatoria que le da forma al comprimirla y la continua expansión de su energía. Expansión y compresión conjuntas.

La segunda ley recae principalmente en los diferentes niveles de organización de la realidad y la interconexión entre estos. Así, una dada cantidad de procesos biológicos cerebrales se convierten en una cualidad psicológica, o una dada cantidad de procesos químicos da origen a cualidades biológicas. La vida misma sería entonces expresión de dicha ley, pues tras cierto desarrollo cuantitativo entre los átomos de los distintos elementos químicos –materia inorgánica-, las primeras biomoléculas habrían aparecido. Los diferentes estados de agregación del agua suelen citarse como ejemplos más sencillos, en los que con ciertos cambios cuantitativos (aumento o decremento de la temperatura), logran percibirse cambios cualitativos en la materia. “Unificar” en una sola ley los cambios entre distintos niveles es importante, pues las propiedades entre estos son diferentes y las reglas que los rigen suelen ser exclusivas. Las propiedades que describen los procesos biológicos en el cerebro no pueden ser tomadas en cuenta como propiedades de los pensamientos, recuerdos o ideas. 


Otro concepto que se remarca en esta ley es el de la existencia de los saltos cualitativos. Estos son cambios considerados rápidos para su normal desarrollo, en el que los niveles se transforman rápidamente de unos a otros, tras la contención suficiente de cambios cuantitativos. Esto puede ejemplificarse con la teoría del equilibrio puntuado que trata de ampliar la síntesis de la teoría de la evolución, oponiéndose al gradualismo (largos tiempos de cambio) y haciendo hincapié en los registros fósiles que no describirían cambios graduales, sino relativamente rápidos.

La tercera ley es la más desafiante para conceptualizar. Debido a que nada es estático y todo está en movimiento, todo lo existente es negación de la negación. Citando el ejemplo más popular: el capullo de determinada planta niega su ser capullo al convertirse en flor, y a su vez, esta flor niega su ser flor al convertirse en fruto, negando también la primera negación. 
La dialéctica explicaría, partiendo de la dinámica tesis-antítesis-síntesis, la realidad a través de estas tres leyes interactuando entre sí, en un proceso en que todo lo existente entra en un conflicto con algo más y consigo mismo, impulsando así su desarrollo y el de lo demás, que involucra la conversión de lo cuantitativo de un nivel a lo cualitativo de otro.

Bien. Estas leyes representan un conflicto para mi pensamiento crítico puesto que pretenden explicar toda la realidad a partir de proposiciones que no son susceptibles de ser falseadas, condición primordial de cualquier tesis científica en su sentido más positivo. La mayoría de las ejemplificaciones dialécticas son congruentes dentro de sí mismas, pero no hay método o manera de comprobar la causalidad de la correlación entre los estatutos dialécticos y la comprensión un tanto empírica de los aspectos científicos. Uno de los argumentos principales que me han llevado a no creer en algún dios, es el mismo que me genera incertidumbre ante dichas leyes. 

Mi primer rechazo se debe a la manera en que se aborda el aspecto científico dentro del comunismo. El socialismo científico suele explicarse como una ciencia, cuyo método de estudio de la realidad sería el método dialéctico. La obra cumbre marxista, El Capital, emplea dicho método para analizar la ciencia económica, acudiendo a él para plantear una alternativa a los métodos científicos, neutros por sí mismos pero claramente orientados hacia intereses burgueses. Los resultados de este intento fueron despreciados por la ciencia positiva, debido principalmente a su incapacidad de cubrir con los rigurosos principios que la caracterizan, relegando su estudio al de una pseudociencia.

En el Anti-Dühring, Engels dice que el materialismo dialéctico “no es una filosofía, sino una simple concepción del mundo, que tiene que sostenerse y actuarse no en una sustantiva ciencia de la ciencia, sino en las ciencias reales. En él queda “superada” la filosofía, es decir, “tanto superada como preservada”; superada en cuanto a su forma, preservada en cuanto a su contenido real”. Así, el autor le otorga a esta concepción del mundo, no un carácter superior ni igual a la ciencia positiva, sino más bien de inspiración y guía para la investigación y para la interpretación de dichos conocimientos en la realidad inmediata. Digo esto puesto que tal sentencia es un tanto ambigua al hablar de una “simple” concepción del mundo y al mismo tiempo de una ciencia real.

A pesar de lo anterior, tanto positivistas como dialécticos suelen descalificarse entre sí, cosa que yo atribuyo a la poca comprensión de las dos posturas. Ambos lados atribuyen el carácter de metafísico a su contrario. La ciencia positiva acude a las contradicciones lógicas que la dialéctica enarbola y éstos se refieren a la insuficiencia de la ciencia para describir los fenómenos en toda su compleja interconexión real. Ambos lados se menosprecian sin apuros. Se debe entender que la dialéctica podrá “observarse” en diversos fenómenos reales (la física cuántica ofrece numerosas coincidencias), pero que su alcance como método de estudio, tras más de cien años de la formulación de sus leyes fundamentales, es bastante precario. Atribuyo esto a que dicho método fue adaptado de una filosofía, más allá que de una ciencia, y a que su lectura y justificación recae, un gran número de veces, en actitudes lejanas al cuestionamiento crítico, ahogando todo intento de revisión teórica objetiva. Esto no la hace desdeñable, puesto que su principal objetivo es el de proporcionar una concepción del mundo explícita cuya base recae en el estudio de la realidad a través de las siempre cambiantes ciencias, y como concepción del mundo posee posturas ante cuestiones irrelevantes para la ciencia, como lo son la relación del hombre con la naturaleza. El Capital es una gran obra que expone y analiza, en forma de método crítico, a la economía política, y aun cuando su método podrá no ser reconocido positivamente, su contribución teórica al entendimiento actual de la historia y economía es indiscutible.

La ciencia, por otra parte, nunca será dogmática, pero sí rigurosa e insensible. Todo el tiempo se cuestiona y cambia, construyendo poco a poco conocimiento neutro de la realidad en que existimos, pero siendo que concibe al mundo sin ningún tipo de valoración moral o ética, no ofrece ningún tipo de respuestas para el alma atormentada y dudosa de aquel inconforme con la mierda que nos llega al cuello. La postura positivista estipula que el único conocimiento auténtico es el científico y que tal, solamente puede surgir de las teorías confirmadas a través del método científico. Este enfoque nos ha permitido conocer como nunca, en su esplendor real, la maravilla de todo esto que implica ser, mas el humano es complejo y todo lo que a éste se refiere tiende a ajustarse poco a los modelos científicos positivos. Creo que si la historia humana pudiera ser bien descrita y predicha por la ciencia, el libre albedrío se vería seriamente comprometido. 

Releyendo el texto introductorio a la edición del Anti-Dühring que tengo acá junto a mí, Manuel Sacristán Luzón, filósofo de la ciencia español, me ha permitido reafirmar algunas cosas. “No se trata, naturalmente, de que el marxismo carezca de motivaciones morales… Pero el marxismo se caracteriza en este punto por la afirmación de que el contenido de los postulados morales debe buscarse en la realidad”. “Una concepción del mundo no es un saber, no es conocimiento en el sentido en que lo es la ciencia positiva. Es una serie de principios que dan razón de la conducta de un sujeto…”. 

“Que un conocimiento es intersubjetivo quiere decir que todas las personas adecuadamente preparadas entienden su formulación del mismo modo, en el sentido de que quedan igualmente informadas acerca de las operaciones que permitirían verificar o falsar dicha formulación. La tesis de la vieja filosofía sistemática, de los dogmas religiosos y de las concepciones del mundo, carecen de esos rasgos… Que las concepciones del mundo carezcan de esos rasgos característicos del conocimiento positivo no es cosa accidental y eliminable, sino necesaria: se debe a que estas contienen esencialmente afirmaciones sobre cuestiones no resolubles por los métodos decisorios del conocimiento positivo… Esto no quiere decir que el conocimiento positivo –y, sobre todo, las necesidades metodológicas de éste- no abonen una determinada concepción del mundo más que otra; pero abonar, o hacer plausible, no es lo mismo que probar en sentido positivo”. 

“Estos rasgos de la situación permiten plantear correctamente la cuestión de las relaciones entre concepción del mundo y conocimiento científico-positivo. Una concepción del mundo que tome a la ciencia como único cuerpo de conocimiento real se encuentra visiblemente –por usar un simplificador símil espacial- por delante y por detrás de la investigación positiva. Por detrás, porque intentará construirse de acuerdo con la marcha y los resultados de la investigación positiva. Y por delante porque, como visión general de la realidad, la concepción del mundo inspira o motiva la investigación positiva misma. Por ejemplo: si la concepción del mundo del científico moderno fuera realmente dualista en la cuestión alma cuerpo, la ciencia no habría emprendido nunca el tipo de investigación que es la psicofisiología, y el psicólogo no se habría interesado por la fisiología del sistema nervioso central desde un punto de vista psicológico. Esto vale independientemente de que la ideología dominante en la sociedad haga profesar al científico, cuando no está investigando, una concepción dualista del mundo”. 

“Los “todos” concretos y complejos no aparecen en el universo del discurso de la ciencia positiva, aunque ésta suministra todos los elementos de confianza para una comprensión racional de los mismos. Lo que no suministra es su totalidad, su consistencia concreta. Pues bien: el campo o ámbito de relevancia del pensamiento dialéctico es precisamente el de las totalidades concretas… La concepción del mundo tiene por fuerza que dar de sí una determinada comprensión de las totalidades concretas. Pues la práctica humana no se enfrenta sólo con la necesidad de penetrar analítico-reductivamente en la realidad, sino también con la de tratar y entender las concreciones reales, aquello que la ciencia positiva no puede recoger”.

“El marxismo es, en su totalidad concreta, el intento de formular conscientemente las implicaciones, los supuestos y las consecuencias del esfuerzo por crear una sociedad y una cultura comunista. Y lo mismo que cambian los datos específicos de ese esfuerzo, sus supuestos, sus implicaciones y sus consecuencias fácticas, tienen que cambiar sus supuestos, sus implicaciones y sus consecuencias teóricas particulares: su horizonte intelectual de cada época. Lo único que no puede cambiar en el marxismo sin que éste se desvirtúe es su planteamiento general materialista y dialéctico, el cual puede resumirse en un conjunto de principios bastante reducido, con los dos siguientes –los más generales y también más formales- en cabeza: que todo el ser es material, y que sus diversos estados cualitativos –la consciencia, por ejemplo- son composiciones de la materia en movimiento; y que ese constante movimiento y cambio del ser, con su real creación de cualidad nueva, se actúa por sí mismo, por composición dialéctica”.


“De esos dos principios máximamente generales de la concepción marxista del mundo se desprenden dos necesidades metodológicas, que son también más generales e inmutables del pensamiento marxista: 1ª, no admitir como datos genéticos más que los de la explicación científico-positiva, en el estudio de desarrollo en que ésta se encuentra en cada época; 2ª, recuperar a partir de ellos la concreción de las formaciones complejas y superiores, no mediante la admisión de causas extramundanas que introdujeran desde afuera en la materia las nuevas cualidades definidoras de cada formación compleja y superior, sino considerando cada una de esas formaciones, una vez dada realmente, en su actividad y su movimiento, sobre todo en tres despliegues de la misma que, aunque imbricados en la realidad, pueden distinguirse como intra-acción (dialéctica interna) de la formación, re-acción de cada formación compleja sobre las instancias genéticamente previas que le descubre el análisis reductivo de la ciencia, e inter-acción o acción recíproca de la formación con las diversas formaciones de su mismo nivel analítico-reductivo”.

Si me he acercado al marxismo es porque creo que plantea una opción interesante para el inconforme. Comprendo el por qué sus bases recaen sobre el materialismo y la dialéctica; el primero surge de la necesidad de eliminar la concepción antropocéntrica de la realidad y la segunda, porque plantea una idea atractiva al darle al cambio y la síntesis un carácter forzoso e inminente. Sin duda, el tiempo es una propiedad básica de nuestra realidad y junto con el espacio, construye un continuo en el que todo lo existente puede ser. Sin tiempo, la luz no podría viajar y  la masa no podría formarse, mucho menos la vida. Somos entes tetradimensionales que existen gracias al incesante vibrar de una cantidad insoportable de partículas inimaginablemente pequeñas. La concepción del continuo espacio-temporal es uno de los logros teóricos más grandes en la historia de la humanidad, y aunque la importancia del tiempo y su devenir nunca ha sido ignorada, es después de su relativización teórica, hace poco más de 100 años, que la intrincada belleza de dicho concepto es develada por el uso de la razón y la ciencia. Concuerdo en que la realidad está lejos de ser estática y que todo está en movimiento e interconexión, pero es mi propia condición histórica la que me hace prescindir un poco de la concepción dialéctica. 

Me parece que tal englobe total está fuera de nuestra percepción y dicha inaccesibilidad es el dilema. El humano emerge de la inconsciencia comprendiendo que él es algo distinto a los demás. La razón y la conciencia traen consigo la segregación de la realidad, distinguiendo a todo lo que es, como entidades separadas según las capacidades sensitivas del ser consciente. La realidad totalmente homogeneizada, donde todo es y está, donde todo está vinculado a todo lo demás y el tiempo y el espacio se confunden, indistinguibles en la experiencia, es más propio de la inconsciencia, o mejor dicho, la no consciencia. Podríamos poner como ejemplo la vida animal, pero la consciencia de sí mismos es inescrutable. La concepción dialéctica es plausible en un esfuerzo intelectual por concebir la metacomplejidad de la realidad, pero impráctica e inalcanzable para la experimentación humana. Es así que coronarla como ciencia resulta un error, puesto que podrá ser real pero al margen de nuestros métodos y concepciones, al margen de nuestra propia naturaleza consciente. La realidad absurda nos da indicios de todo aquello que no podemos experimentar y la incansable curiosidad humana, a través de las ciencias, nos ha brindado medios para estudiar aquello imperceptible para el hombre desnudo. Tanto el método científico como los radiotelescopios, pueden ser vistos como estructuras mentales o físicas que nos permiten penetrar en la realidad propia, y es gracias a nuestra capacidad de distinguir unas cosas de otras, de separarlas, que podemos observar la trama y la urdimbre de la tela que somos, pero que jamás podremos llegar a comprender en su totalidad, haciendo que la concepción de un todo resulte una tarea difícil. No pretendo caer en el idealismo o en el dualismo platónico, sino que creo comprender que el hombre posee una realidad física que sólo es procesada y comprendida gracias a una construcción social, resultado de la razón a través del tiempo, y dado que dicha razón limita nuestra experiencia física, es la realidad física última la que nunca podremos concebir o experimentar. Debido a esto, tendemos a especular sobre todo aquello que escapa a nuestros intentos más osados de comprensión a través de la experimentación.

La abstracción más simple de la dialéctica describe algunas consecuencias propias de lo existente en una realidad temporal; consecuencias que podrían no haber resultado obvias a mediados del siglo XIX. El incesante cambio, la conservación, evolución e interacción inevitable de todo lo que es, resultan efectos inherentes al espacio-tiempo. En ello, en lo más básico, estoy de acuerdo, porque es real. La segunda ley de la termodinámica, una de las leyes más importantes de la física, habla del dinamismo tan curioso que el tiempo provoca en la materia y la energía. Con lo que no estaría de acuerdo es con todas esas capas de fuerte influencia Hegeliana con que se ha mistificado y elevado a la posición de dogma al método dialéctico; este no es científico y pretender ajustar todo lo existente e inmediato al método dialéctico resulta una actitud apofénica (observar patrones de relación en sucesos aleatorios) reforzada por un sesgo de confirmación, que es la tendencia a favorecer la información que confirma las propias creencias o hipótesis; ambas actitudes comprensibles y comunes en el racionamiento cotidiano, pues nuestro cerebro trata continuamente de dar sentido a todo lo que es, pero condenables en tanto que favorecen la conservación de dogmas innecesarios.

Coincido con el marxismo, entonces, en su concepción materialista de la realidad, y es ésta concepción, que parte de la continua comprensión y asimilación de la ciencia, la que me hace pensar que las implicaciones más básicas de la dialéctica, son parte redundante del mismo materialismo. Desecho todo el misticismo de los contrarios y las contradicciones puesto que la mayoría no son inherentes al ser, sino conceptualizadas por el observador, acercándolas peligrosamente al idealismo y, aunque pareciera que quiero prescindir de las bases de la ideología marxista, que gira en torno a los conflictos y sus resoluciones, es más bien que prefiero ser lo más objetivo posible sin caer en el positivismo estéril, reconociendo también, que las cosas concretas escapan a la rigidez científica y que al ser entes de la realidad, son afectados por el tiempo, existiendo a través del constante cambio y demás consecuencias del tiempo enunciadas anteriormente, debiendo estudiarse y comprenderse con ayuda de las ciencias positivas, pero sin estancarse en ellas. 
Es así que la realidad es por el cambio inevitable (tiempo), pero considero que resulta apresurado tratar de atribuirle o describirlo a través de conceptualizaciones humanas (contrarios que luchan), así como también lo es presentar escenarios sociales como ineludibles. Para mí, la defensa del marxismo no debiera recaer en el método dialéctico y su naturaleza, sino en el materialismo y en la moral que de éste se crea. El socialismo científico no es una ciencia que pueda predecir o asegurar nada, sino una ideología que es más bien una concepción del mundo. 

Debo leerme osado, pero no pretendo dictar verdades, sino mostrar mi propio proceso y mi razonar, un poco prematuro, aunque crítico y cambiante. Reconozco que mi lectura y comprensión de toda la ideología marxista es bastante nimia, y no creo estar escribiendo cosas que alguien más no haya pensado antes. Es probable que conforme mi comprensión del mundo siga creciendo (más ciencia, más filosofía y más práctica de diversos enfoques), esta primera conclusión se irá modificando y caerá en lo obsoleto, haciendo relucir mi ingenuidad. No hay que apenarse de la ignorancia. Hay que combatirla de verdad, haciendo nuestro el conocimiento. La práctica en el nivel teórico también es necesaria, no basta con absorber ideologías, hay que parirlas: En el comprender está el aprender. No hay conocimiento verdadero si no es creado por el propio ser. Antes que simpatizantes complacientes, se necesitan seres humanos críticos.

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