Por M. Franchute
“El capital se sirve del Gobierno que tiene ejércitos y policías para defender sus prerrogativas y latrocinios. Por esta razón, para recuperar el producto de tantos siglos de labor, para socializar al capital –tierras e instrumentos de producción- los trabajadores tienen que destruir previamente al defensor del capital, al gobierno burgués que es la máquina de la opresión. Destruir al gobierno burgués y sustituirlo por el gobierno proletario, es lo que hay que hacer de manera ineludible e imperiosa, para impedir que los detentadores capitalistas recuperen las riquezas que dejan, por la acción revolucionaria de los trabajadores, de pertenecer a unos cuantos, para ser de la sociedad y beneficiar a todos”. Declaración del Partido Socialista del Sureste
Felipe Carrillo Puerto en el primer congreso obrero celebrado en Motul, Yucatán |
La Revolución Mexicana tiene tan gran impacto en las estructuras políticas y sociales del país que la luz que proyecta hacia el futuro, hacia los historiadores, opaca los años que le rodean. De tal modo que los años veinte del siglo XX en México se ha dejado de lado por diversas corrientes historiográficas, y esta década llena de vitalidad, donde se está reconstruyendo el Estado y se muestra la potencia del movimiento obrero en las múltiples batallas con los patrones, es clave para comprender el control corporativo del propio Estado en diversas esferas de la vida pública, todo ello por medio de la creación de instituciones que regularán la lucha de clases y dotarán de estabilidad comprada al naciente gobierno revolucionario. Este artículo tiene la intención de rescatar esta memoria histórica para que sea útil y referente para nuestras nuevas batallas; en los próximos números se ahondará en las experiencias obreras y sindicales de la misma década.
Dos caras de la misma década
En términos generales la década de los veinte estuvo dominada a nivel federal por una facción victoriosa de la revolución, el grupo sonorense, que agrupó a Adolfo de la Huerta (quien gobernó del 1 de junio al 30 de noviembre de 1920), Álvaro Obregón (1920-1924) y Plutarco Elías Calles (1924-1928). Destaca el hecho de que en muchos estados existían caudillos regionales que concentraban una parte importante de poder, de tal modo que comúnmente se generaban enfrentamientos entre los diferentes grupos políticos. Aunado a ello la división de los mismos sonorenses generará una ruptura a la hora de la sucesión del poder de un General a otro, esta situación tendrá su cúspide en la llamada rebelión delahuertista (1923-1924), aparentemente encabezada por Adolfo de la Huerta, que agrupó a amplios sectores de la sociedad con diferentes intereses, desde terratenientes reaccionarios, militares descontentos por el hueso, hasta antiguos militantes de la anarquista Confederación General de Trabajadores.
Esta rebelión, donde sucumbieron buena parte de la oficialidad victoriosa de la revolución, es un parte aguas de la década; es el fin de la presidencia de Obregón y la llegada de Calles por medio de pactos con diferentes fuerzas políticas, principalmente la amarilla (no existía el término charro pero era muy aplicable al caso) Confederación Regional Obrera Mexicana. Pero el movimiento armado iniciado en 1923 tiene una importancia muy relevante para la historia de la izquierda a principios del siglo XX, y es que terminó con dos experiencias de gobierno revolucionario importantes en este periodo y que, aunque algo olvidadas, deben regresar a la memoria colectiva y representar un referente de cómo deben actuar los dirigentes y gobernantes de izquierda. La sublevación delahuertista fue aprovechada por los reaccionarios locales para aplastar por la fuerza los gobiernos revolucionarios de Felipe Carrillo Puerto en Yucatán y Juan R. Escudero en Acapulco, Guerrero.
Dos pueblos insurrectos frente al mar
Juan R. Escudero |
Las propuestas y planteamientos de los respectivos partidos eran demasiado radicales para los explotadores de las zonas pues significaba una pérdida sustancial de sus ganancias y saqueos; otorgaba un trabajo justo en horas y salario, planteaba sanear la administración pública, controlaba la desmedida explotación de los recursos naturales, entre otras; es decir, lo que se proponía en pocas palabras era gobernar en beneficio de la mayoría de la población aunque de antemano se sabía que la otra parte, de los de arriba, sería afectada.
Cuando los partidos socialistas llamaron a elecciones siempre estuvo presente la sombra del fraude electoral; los explotadores locales no iban a permitir tan fácil la llegada de sectores de izquierda a los respectivos gobiernos locales, pero no contaban con la participación masiva en la defensa del voto, en muchas ocasiones los pobladores yucatecos y acapulqueños salieron armados (algunas con palos y piedras) tras la elección para exigir que se respetara la elección y se dejara gobernar a Carrillo Puerto y a Escudero en cada caso. Tras estas victorias electorales, forzadas con la presión del pueblo, los dirigentes socialistas soldaron una mayor unidad con el pueblo trabajador, sus posturas se radicalizaron al tiempo que creció la organización y participación de los trabajadores en las decisiones públicas de forma colectiva.
Felipe y Juan (sin nombramientos de señor, como los llamaba la gente) hasta que cayeron por las balas reaccionarias gobernaron desde una posición de izquierda aprovechando todos los postulados progresistas que la naciente Constitución les otorgaba y exigiendo de las autoridades federales el apoyo para llevar adelante los proyectos, siempre con la gran sombra del pueblo detrás y sin tenerle miedo a su radicalidad; como ejemplo existen telegramas de Carrillo Puerto a Obregón exigiendo que remueva a cierta autoridad por corrupto y falta de capacidad revolucionaria.
En Yucatán fueron trascendentales los derechos que se otorgaron a las mujeres: había clínicas de planificación familiar, se les otorgó el derecho a votar y ser votadas, se crearon guarderías colectivas, se promovió la educación sexual, etc. Sin embargo, un pueblo con intenciones socialistas no puede perdurar a largo plazo si no se avanza en la destrucción del antiguo Estado burgués en su territorio, así como a sus vestigios personificados en hacendados y burgueses, tampoco puede mantenerse si no se extiende rompiendo las barreras geográficas.
Los explotadores locales no dudaron en entrar a la rebelión delahuertista para descargar toda la ira sobre los gobiernos revolucionarios, no podían permitir que se les arrebataran sus privilegios, la prole no puede gobernar se dijeron y por medio del financiamiento de grupos armados lograron, a río revuelto, extinguir la vida de los socialistas y terminar con la rabia proletaria. Las organizaciones sobrevivieron por algún tiempo pero sin la figura de sus principales líderes la radicalidad y las conquistas fueron perdiéndose poco a poco.
Hoy la injusticia más terrible que podemos hacer los trabajadores es no reconocer la lucha de aquellos legendarios partidos, Carrillo Puerto y Escudero no deben ser iconos momificados por la historia, estas experiencias deben ser un referente de cómo deben ser los dirigentes y gobernantes de izquierda, como tantas otras experiencias deben servirnos de rasero para pasar por ahí varias posturas de la izquierda de hoy. El legado de Carrillo Puerto y Escudero no ha muerto vive en cada uno de los explotados de este país y renacerá cuando el pueblo nuevamente tome el destino en sus propias manos.
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