1º de Mayo. Historia de una lucha obrera olvidada.

Si algún día un obrero mexica­no, no importa de qué parte del país sea ni de qué oficio se man­tenga, se preguntase por qué razón es que el 1 de mayo es celebrado a nivel internacional por los trabaja­dores, no encontraría la respuesta en los libros de texto de historia que se reparten en nuestro país en educación básica, ni en el discurso oficial con el que el régimen pre­tende opacar y desvirtuar al igual que otras fechas de carácter com­bativo, en la indiferencia ante esta fecha dejándola pasar como cual­quier otra celebración sin significa­do profundo y real, y ni siquiera en los prostituidos labios del dirigente sindical charro se hallaría una con­testación digna para el trabajador ansioso de conocer y mantener viva la historia de su clase.
En la situación política actual en que transcurre la realidad mexi­cana y el acontecer mundial, está por demás decir la profunda des­moralización en que se encuen­tran sumidas algunas capas del movimiento obrero. Es claro que algunas batallas no han salido del todo victoriosas, pero es necesario que aun por más gris que se vea el panorama, los trabajadores y jóve­nes sigamos en pie de lucha. Esta y otras lecciones debemos rescatar de aquel 1° de Mayo.
Estas son algunas líneas de aquella historia:
En el país vecino que se encuen­tra en el norte, Estados Unidos, en la época de la gran industrializa­ción las ganancias de la joven ge­neración de capitalistas eran exu­berantes, realmente elevadas. La producción en las fábricas se eleva­ba con la maquinas y herramientas que había traído consigo la revolución industrial. Pero no toda la produc­ción elevada y las ga­nancias de los patrones burgueses se debían a las máquinas, sino que también a los trabajadores que las manejaban. La explotación era bárbara, la jornada iniciaba desde muy temprano, a las 4 ó 5 de la maña­na. Las jornadas laborales ascendían a las 10 horas diarias llegando muchas veces de las 12 hasta las 16 horas, y no bastaba con hacer trabajar tal canti­dad de tiempo a los hombres, pues, si se quería sobrevivir era necesario que tanto mujeres como niños vendiesen su fuerza de trabajo por un bajo sala­rio. Estas condiciones fueron las que orillaron a los trabajadores a organi­zarse para exigir una jornada labo­ral más justa, la jornada laboral de 8 horas. En 1884, en una convención de la Federación de Trabajadores de Estados Unidos y Canadá, se acordó llamar a los trabajadores a luchar por la disminución de la jornada laboral. La convención fijo el día 1° de Mayo de 1886 para implementar en todas las industrias dicha jornada laboral. El primer día del quinto mes de 1886 los trabajadores pararon labores para marchar a favor de la jornada laboral de 8 horas. Los días posteriores se su­maron más de 350 mil trabajadores en toda Norteamérica que estallaron en huelga general exigiendo en las calles la reducción de horas laborales. No se hizo esperar la reacción del estado burgués para reprimir con dureza es­tas justas reivindicaciones en los días posteriores al 1° de Mayo. Hay reco­nocidas masacres prueban ello: La masacre de Haymarket y Los márti­res de Chicago.
No fue hasta el primer congreso de la segunda internacional celebrado en 1889 en París cuando se declaró al 1° de Mayo como día internacional de los trabajadores.
Hemos narrado una historia de años en pocas líneas, sugerimos al lector consultar otras fuentes.
Ahora que se sabe los rasgos gene­rales de la lucha obrera que giraba en torno a la exigencia de disminución de la jornada laboral, podemos re­flexionar sobre las condiciones en las que se encontraban en aquel tiempo los obreros y asegurar que ellas fue­ron el detonante para tal manifesta­ción de descontento.
Ahora reflexionemos sobre la si­tuación de la clase trabajadora en el contexto actual y preguntémonos qué medidas podrán barrer tales males estructurales del sistema capitalista. Si se piensa en reformas, sin duda, se sabrá que ellas sólo embellecen defectos crónicos del sistema sin ha­cer un cambio notable ni profundo y si alguien piensa en la colaboración con los dueños del dinero, con los burgueses, saber que ellos no estarán dispuestos a dejar por la buena sus privilegios que seguramente se verán afectados por las demandas sociales. Entonces no hay más opción que ex­propiarles (a los burgueses), quitarles por la fuerza lo que por las buenas no quieren dar, demostrar que la unión proletaria puede mover y derribar, mediante la revolución, los cimien­tos del sistema capitalista y sobre las ruinas del capitalismo construir una nueva sociedad.
Ahora llegan reformas a leyes que ennegrecen nuestro futuro y que exi­gen el despertar social. La reforma a la Ley Federal del Trabajo amenaza seriamente los derechos adquiridos por los trabajadores mediante lu­chas, muchas de ellas marcadas con sangre obrera. Y la ley de Seguridad Nacional impedirá más manifestacio­nes, pues, lo que ella alberga es, entre otras cosas, otorgar al ejército la fa­cultad de intervenir en movimientos o conflictos de carácter político, elec­toral, de índole social o del trabajo cuando considere que se amenaza la seguridad nacional. ¿Qué hacer ante estos embates? La respuesta esta en el despertar del letargo del movimiento obrero.

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